Guarda la puerta un gorila
de esos de barriga en pecho.
Al franquearla, tras el mostrador
una dama trasnochada
te recoge si quieres, el abrigo
y si usas, el sombrero.
Otra puerta de doble hoja
separa la vida del sucedaneo
de cuerpos que danzan sudorosos,
lascivos, hambrientos.
Una pareja baila acompasada
tras años de hacerlo juntos,
y sin embargo otras ni con siglos
cogen el ritmo y bailan, sí, bailan,
discordantes y sordos.
Un abuelo octogenario se niega,
valiente, a su juventud perdida.
La mulata tremenda
se arrima a su amante de turno.
Inmigrantes en busca de amores con hambre,
y de papeles, que en este juego todo vale,
como comerse el marisco pasado.
Un tipo en la barra se acoda, contemplando el percal.
Otro que se arrima a cualquier falda
con el unico anhelo, si se tercia,
de un leve roce que llevarse a sus sueños.
-no da para más-
El barman que de vez en cuando
se tira el moco
y regala con gesto grandilocuente
unas uñas de ron a sus clientes escogidos.
En el centro de la pista, bajo el foco
evoluciona, siempre con los mismos pasos,
una mujer
- a esta la traspasaron con el local-
Y luego estoy yo,
observadora,
bailarina de frustraciones y que,
de vez en cuando,
entre copa y copa,
se pregunta
qué coños hace aquí.
Rosa M.